sábado, 16 de junio de 2007

Para Orar desde la Vida

“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”
Lc.7,36-8,3

El Evangelio de hoy presenta a una mujer que acercándose a Jesús, se puso a sus pies y se los ungió con perfume. Esto provocó a la gente de bien, a los fariseos, pues era “una pecadora pública”. Jesús ante la reacción de rechazo, no se calla, hace ver a los acusadores la actitud de humildad y servicio de la mujer, y la despide con el don de salvación.

Sería muy interesante tener presente lo que suponía, en la época de Jesús, el lavarle los pies a las personas que entraban en una casa. El Evangelio no habla algunas veces de ese acto. Jesús descubre al fariseo que no ha sido capaz de seguir las normas, quizás por creerse superior a él, por su rango; pero ha roto con una de las principales normas culturales y sociales de la época. El expresará perfectamente su significado, en la última Cena, según nos lo cuenta Juan.

Esta lectura nos puede servir para iluminar muchos de los hechos que sufrimos nosotros o los demás desde el planteamiento del Evangelio. Una vez más, Jesús se enfrenta a la sociedad de su época donde la persona como persona apenas cuenta, lo que cuenta es su poder, su prestigio, su rentabilidad. Igual que en la nuestra.

Jesús es provocado por el juicio que se hace de esta mujer. Y Jesús reacciona. Lo que más llama la atención es cómo Jesús, ante la sociedad inmovilista de su época, ante aquellos que gozaban de un estatus religioso preeminente, introduce un cambio en los valores que deben regir la vida de las personas y en las conductas que deben adoptar.

Hagamos el paralelismo entre lo que Jesús le echa en cara al fariseo y en lo que alaba en la mujer. ¿Por qué tipo de creyente apuesta?

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