viernes, 4 de mayo de 2007

Para Orar desde la Vida

DOMINGO V DE PASCUA



Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo debéis amaros los unos a los otros.

JUAN 13,31 a 34 -35




Así de sencillo, aparentemente nada complicado. Una sola ley que cumplir, y tarea realizada. Así todos conocerán que somos discípulos suyos. Solo eso para alcanzar la Vida del Resucitado. Al atardecer de la vida nos examinarán del Amor.

Pero la realidad es bien distinta. Yo no amo como Él. No se trata de amarlo todo, en abstracto. Cuando decimos eso es que amamos poco. El amor es, sobre todo, concreto, tiene rostros. Personas a las que amar. Y a mí me cuesta. El amor debe actualizarse y hacerse vivo cada día. Y yo, muchos días, estoy para pocos amores... si acaso, un poco de amor propio... el menos evangélico de los amores. El amor se tiene que hacer pasión por la vida de los otros, compromiso de entrega por la vida de los otros, de aquellos a los que nadie está dispuesto a amar, especialmente de aquellos que yo no amo. El amor se debe hacer acogida, perdón, reconciliación, escucha, con aquellos que cada día me sacan de mis casillas. El Amor solo es posible desde la vida compartida, desde la Encarnación.

Los chavales de mi barrio son poco amables; tienen, a primera vista, poco que ser amado. Son irrespetuosos, holgazanes, maleducados, improductivos. Si se hiciera un concurso para ver quién falta más al respeto de la gente, lo ganarían ellos. Y si quisiéramos encontrar una vida vacía (o vaciada), en las suyas tendríamos donde elegir. Cuando se ponen a hacer sonar la música de sus cacharros a toda voz en la puerta de la Iglesia, justo a la hora de la misa, en lo último en que pienso es en quererlos. Y, sin embargo, ahí se me pide ese amor. Con ellos y con el compañero de trabajo insufrible que se escaquea cuando puede, o con la vecina que solo sabe hablar de sí misma, incapaz de escuchar. O con el que se hace lenguas de la situación para decir que nada se puede hacer... O con el que se aprovecha de mí cada vez que puede.

En ellos es donde soy invitado a amar cada día, en ellos donde tengo que encontrarme con el Amor de Dios, que nos amó primero.

Volver a la experiencia del amor de Dios en mi vida, recordarla, redescubrir cómo soy amado por Dios, es camino para llegar al amor cotidiano de los otros. Quizá tengo que volver a casa, al Padre. La oración de esta semana puede ser ese recorrido por los rostros de los que no amo tanto, por el rostro y la vida de los que me cuesta amar. Y en esos rostros me encontraré el del Dios que me sigue amando, incansablemente, cada día; el Dios que me sigue invitando a amar.

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